sábado, 13 de septiembre de 2008

Hamlet

Mucho podía hablaros de Shakespeare pero hay obras y autores que es mejor descubrir por uno mismo así que solo os diré que leáis sus obras, que las leáis mucho pero, sobre todo, en cuanto tengáis oportunidad id a disfrutarlas en su medio natural... el Teatro.

Yo ayer tuve la suerte de disfrutar de ella en el Principal, en una representación dirigida y protagonizada por Juan Diego Botto y aún me siento emocionada.

Los actores tuvieron que salir a saludar mas de cinco veces ante un público que acabó en pié... una ovación merecida desde mi punto de vista.
La puesta en escena resultó sencilla y muy ágil, pues incluso los palcos inferiores sirvieron de escenario... la interacción con el público al comienzo de la obra te deja atrapado ya desde el inicio.
La catarsis que una obra de Shakespeare supone se cumple a la perfección con la actuación de los dos actores principales
... Marta Etura eclipsa al mismísimo Jose Coronado que en su papel de Rey Claudio me pareció simplemente correcto y Juan Diego Botto directamente hace magia sobre las tablas.

Si tuviera que quedarme con dos momentos de la obra serían con la escena V del acto III: Ofelia, sola en escena se lamenta por la locura de Hamlet...

OFELIA.- ¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!

y la escena III del acto V: Hamlet descubre la muerte de Ofelia

HAMLET.- ¡Qué! ¡La hermosa Ofelia!

GERTRUDIS.- Dulces dones a mi dulce amiga. A Dios... Yo deseaba que hubieras sido esposa de mi Hamlet, graciosa doncella, y esperé cubrir de flores tu lecho nupcial..., pero no tu sepulcro.

LAERTES.- ¡Oh! ¡Una y mil veces sea maldito, aquel cuya acción inhumana te privó a ti del más sublime entendimiento!... No... esperad un instante, no echéis la tierra todavía... No..., hasta que otra vez la estreche en mis brazos... Echadla ahora sobre la muerta y el vivo, hasta que de este llano hagáis un monte que descuelle sobre el antiguo Pelión o sobre la azul extremidad del Olimpo que toca los cielos.

HAMLET.- ¿Quién es el que da a sus penas idioma tan enfático? ¿El que así invoca en su aflicción a las estrellas errantes, haciéndolas detenerse admiradas a oírle?... Yo soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca.

LAERTES.- El demonio lleve tu alma.

HAMLET.- No es justo lo que pides... Quita esos dedos de mi cuello, porque aunque no soy precipitado ni colérico; algún riesgo hay en ofenderme, y si eres prudente, debes evitarle. Quita de ahí esa mano.

CLAUDIO.- Separadlos.

GERTRUDIS.- ¡Hamlet! ¡Hamlet!

TODOS.- ¡Señores!

HORACIO.- Moderaos, señor.

HAMLET.- No, por causa tan justa lidiaré con él, hasta que cierre mis párpados la muerte.

GERTRUDIS.- Qué causa puede haber, hijo mío...

HAMLET.- Yo he querido a Ofelia y cuatro mil hermanos juntos no podrán, con todo su amor, exceder al mío... ¿Qué quieres hacer por ella? Di.

CLAUDIO.- Laertes, mira que está loco.

GERTRUDIS.- Por Dios, Laertes, déjale.

HAMLET.- Dime lo que intentas hacer. ¿Quieres llorar, combatir, negarte al sustento, hacerte pedazos, beber todo el Esil, devorar un caimán? Yo lo haré también... ¿Vienes aquí a lamentar su muerte, a insultarme precipitándote en su sepulcro, a ser enterrado vivo con ella?... Pues bien, eso quiero yo, y si hablas de montes, descarguen sobre nosotros yugadas de tierra innumerables, hasta que estos campos tuesten su frente en la tórrida zona, y el alto Ossa parezca en su comparación un terrón pequeño... Si me hablas con soberbia, yo usaré un lenguaje tan altanero como el tuyo.

Ya simplemente me queda compartir con vosotros las palabras que el propio director dirige a su obra.

Siempre he encontrado extraño tratar de explicar en el programa de mano el trabajo que los espectadores están a punto de ver. Trataré de ser breve. Baste decir entonces que hemos puesto el énfasis en dos aspectos de los miles que encierra este clásico del teatro. La familia y el poder. La familia en lo que se refiere a la dificultad hercúlea de sobrevivir a los "mil naturales conflictos que son la herencia de la carne", es decir, esos mandatos y cargas que recibimos de nuestros padres y que creemos tener que cumplir para estar a la altura d elo que se espera de nosotros, de los buenos hijos, de los buenos hombres o las buenas mujeres. De ahí se desprenden un sinfín de conflictos que entorpecen la fluidez de nuestro afecto en el entorno familiar y por ende, más allá de él.
En lo que se refiere al poder, hemos querido centrar la atención en la venenosa rueda que destroza el corazón de cuantos se acercan a una autoridad que se da sólo de arriba abajo y nace corrupta y criminal, produciendo ese efecto tan conocido en las dictaduras usurpadoras: la paranoia, la sensación de estado vigilado.
Más allá de eso y por encima de todo, hemos tratado de no aburrirles.
Como he sido breve, aprovecharé para dar las gracias a todos los que han hecho posible este montaje: un gran número de gente que en muchos casos nos ha dado hermosas lecciones de amor al teatro.
Juan Diego Botto

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