domingo, 13 de enero de 2008

Janine

Se llamaba Janine y era una mujer increíble. De esas que si tienes la suerte de que aparezcan en tu vida sabes cómo quieres ser cuando seas mayor... La conocí cuando habiendo dejado la carrera colgada buscaba algo con lo que entretenerme y ella, que siempre debió ser muy activa, buscaba lo mismo; estábamos en una escuela taller en la que yo me había apuntado para aprender esmalte a fuego y ella pintaba óleo y hacía manualidades. Ella me enseñó a hacer la Quiche Loraine y, una tarde que llovía, ante una taza de té, me contó la historia de su vida... cosas que la gente escribe en novelas me las narró despacio y con pena, con un acento francés dulce como ella.

Me contó que a su hermano se lo llevaron los alemanes a un campo de concentración, que cerca de su casa tenían otro y que junto con una hermana iban a escondidas a hablar con los presos a través de las alambradas. Que éstos tiraban cosas personales y cómo podían direcciones a las que enviarlas. En realidad debían ser unas niñas cuando fueron unos soldaos a buscarlas pero como no estaban pudieron salir bien libradas con la advertencia de que si volvían a verlas tendrían que dar aviso. Me dijo que lo hacían porque pensaban que si alguien hiciera lo mismo donde estaba su hermano quizás recibieran noticias.
También me habló de su marido, un médico que curiosamente antes de nacer yo atendía a mi familia porque también pasaba consulta en su casa y de manera particular. Esa tarde en que me contó su vida me explicaba que fue el compañero de celda su hermano y que cuando salió con vida (gracias a la "amistad" de su madre con algún alemán) en lugar de regresar a su casa fue a comunicarles la muerte de su hermano. Que ella tenía 16 años, era rubia y muy guapa; la mirada y lo que sintió el hombre al verla no hizo falta que lo contara pues todos los que la conocíamos comprendíamos al instante lo mismo que el. Me hizo gracia una vez que hablando de sexo y de los hijos que habían tenido exclamó: "es que a mí mi marido me miraba y me embarazaba" y con eso ya explicaba todo lo que se habían querido.

Me regaló un juego de copas precioso, antiguo, según me dijo de su boda, seis copas de flauta talladas con unas hojas muy al estilo Art Nouveau que sabía que me encanta y también una taza de té, la primera que tuve de esas que vienen con tapa y colador todo de porcelana. Me enseñó que el dolor es menos si te pilla con una sonrisa en la cara, que la edad es algo mental y no físico. Que el mejor champagne es el francés.

Janine nunca te olvidaré, el mundo ha perdido un ser pero el cielo ha recuperado un ángel.

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